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Te quiero, no te vayas

Jueves 18 de noviembre de 2021. Nadezhda Utkina interpreta un recital de guitarra y voz dentro del proyecto “Recuerdos”, en el que varios músicos cuentan su experiencia vital con la música. Nos lleva, a través de su pueblecito, a aquel hogar de música tradicional que todos llevamos dentro, cada cual de su modo particular.



Жила была (jila byla)... -así empiezan los cuentos en ruso, sería como el nuestro “érase una vez”-; Жила была una niña que se llamaba Nadezhda Utkina. Había nacido en Udmurt, una república europea de la Federación Rusa; su capital es Izhevsk y tiene una lengua propia: el udmurt. La región consta de un cerro aplanado, valles, ríos, llanuras pantanosas y otras pequeñas, tierras bajas de cultivo...

Nadezhda Utkina abre el concierto con “La nieve es tan blanca”, una canción tradicional de Udmurt. La canción habla de flores y colores; el traje de Utkina está lleno de flores, y lleva un turbante en la cabeza que le da un tono personal, entrañable, interesante.


La cantante introduce al público en su mundo de infancia narrando una historia tierna, frágil y alegre con la cual es difícil no emocionarse. Cuando era pequeña, su madre le cantaba nanas. Utkina canta una nana de su madre, y entonces una que ella compuso para su hijo cuando era pequeño. ¿Recordamos los del público alguna de las nanas que nos cantaban nuestras madres?


La artista crea un relato de episodios autobiográficos que se van desplegando a través de la música. Presenciamos el adiós al padre, y el momento en el que Utkina se marchó, acompañados de canciones tradicionales de Udmurt como “Tú dijiste adiós” y “Donde te conocí?”. El relato ilustra el espíritu de la gente del pueblo, basado en el amor y la comunidad; no les gusta decir adiós, les gusta estar juntos y alegres.

El tono melancólico del concierto se anima cuando la artista canta “Fiesta para todo el mundo”. La vitalidad de Utkina se contagia, y su alegría y fortaleza, en los buenos y en los malos momentos. Si conociéramos sus canciones, todos nos pondríamos a cantar. Aun así, a pesar de que no las sabemos, siempre hay un elemento común entre sus canciones y las nuestras, las de cada uno de nosotros; es esta cosa profundamente humana, tradicional, el tono familiar y acogedor.


La explicación de los primeros años de estudio de la música y de introducción al oficio de cantante lleva a Utkina a interpretar algunas piezas del que, para ella, es probablemente el mejor compositor del mundo: Chaikovski. Después recuerda cuando fue profesora en una escuela y adaptó un salmo religioso, transformado en poema por una amiga. También cuenta la relación que tuvo con un francés, y como en su estancia en Francia se enamoró de Edith Piaf, de quien canta “El himno al amor”.


Cierra el concierto con otras piezas suyas y haciendo dos dúos con su amiga -también cantante Larisa Zorina: “No te vayas” y “Nunca nos iremos”. Al final, el público se coge de los hombros y cantan todos juntos la melodía que Utkina propone. Va sobre el amor y el recuerdo.


En la actuación, la guitarra -bien tocada- hizo de bella almohada para la melódica voz de Utkina. La cantante mostró una gran capacidad para cantarlo todo como si fuera sencillo, de hacer modulaciones muy difíciles con la voz sin perder el tono y de acercarnos, desde un color de voz tierno, a este mundo de los recuerdos coloridos que pretendía recrear.

Las paredes de la sala, llenas de cuadros, y dónde hace pocas décadas vivía alguien -con sus amores y recuerdos particulares- acompañaron la dulce velada en la que reímos, lloramos, cantamos… Utkina nos recordó que el amor debería ser el motivo de todas las acciones. Y, como no nos gusta decirnos adiós, decidimos que no hacía falta hacerlo; siempre nos reencontraremos en el recuerdo compartido.


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